Sempiembre cambia las costuras de la ciudad. Atrás, de golpe, queda el desierto con el que julio y agosto se adueñó del pavimento; y los usos del tiempo, casi por propia inercia, retoman buena parte de los hábitos a los que el calor con su pesadez desplazó. En este contexto las hermandades se esmeran por acicalar una maquinaria que en breve debe volver a desarrollar sus funciones a pleno rendimiento. Es el ciclo de la vida el que nos devuelve a las puertas de un nuevo curso, al que se le espera venga cargado de buenas intenciones. Entretanto, el frescor de la mañana en el contacto con la ciudad es una bendición que no tiene precio.
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