Cualquier cofrade sabe que no es lo mismo vestir de nazareno que serlo. El nazareno nace siéndolo –incluso sin ser consciente– y, con el paso del tiempo, se descubre a sí mismo y se construye. Un nazareno lo es toda su vida, aun cuando no viste la túnica, sea por su voluntad o no. Muchos empezamos a ser nazarenos por nuestros padres o nuestros abuelos; algunos por sus amigos o por propia convicción. Cada uno por sus motivos y con su preparación.
Pero, al igual que la educación en las sociedades, la formación en las hermandades es un episodio clave y determinante: lo fundamental. Si nadie enseña a un niño a decir “por favor” y “gracias” y le explica el motivo por el que ha de hacerlo, este chico será el día de mañana una persona sin educación, y no precisamente por su culpa.
Pasada la semana santa éramos testigos del reflejo de la no formación, con la poca afortunada actuación de algunos penitentes a la hora de ir vistiendo la túnica, fotos que han corrido por las red de nazarenos con la túnica en situaciones poco ejemplares. Todos estamos de acuerdo en que su comportamiento no tiene excusa alguna, nadie debe defenderlo. Pero no nos quedemos en lo superfluo, en la anécdota o en el “ha sido un caso aislado, una chiquillería”; eso sería lo fácil y no una crítica constructiva. Olvidemos las imágenes de una vez por todas, dejemos a esta persona reflexionar y vayamos al verdadero fondo del asunto.
Es muy probable que este hermano haya recibido de forma muy veloz y poco trabajada la información sobre lo que es y lo que simboliza vestir la túnica. Incluso cabe la posibilidad de que nadie, nunca, jamás, se lo haya explicado. ¿Es esto su culpa? Desde hace años soy nazareno en la misma hermandad que esta persona; mis padres han sido los únicos en todo este tiempo en formarme como nazareno. Imaginen ahora al resto de mis hermanos; algunos tendrán padres, amigos o conocidos que les enseñen, pero otros probablemente no, ¿sobre éstos últimos debe caer el conocimiento como un milagro? Es obvio que la hermandad debe trabajar para estos hermanos y ponerse a su servicio, no puede abandonarlos a su suerte esperando a que aprendan –y no me refiero a saber hacia qué lado cae el cíngulo o si puede o no dar cera–. Este hermano no habría actuado de este modo si la hermandad hubiese cuidado de él. La actuación del responsable que le atendió también habría sido mucho mejor si existiera educación nazarena de calidad. Y como estos dos, el comportamiento de algunos nazarenos que, aunque no sean noticia y aplicando esta reflexión a cualquier hermandad, no dejan de ser bastante mejorables.
Suelo asemejar la formación en las hermandades con la ciencia. Un país que hace ciencia, buena ciencia, difícilmente fracasa; incluso tras los años es capaz de sacar rentabilidad –no exclusivamente económica, sino académica– a lo que ha creado. En las hermandades la formación es por lo general la gran olvidada. De los tres pilares que nos soportan, el culto siempre ha sido la bandera, la caridad sigue creciendo, pero la formación… ¡ay, la formación! El rendimiento de una formación adecuada es un éxito para la hermandad. Incluso la falta de formación es la responsable de la pésima resolución del mencionado asunto por parte de la hermandad, que lejos del perdón y del querer hacer un buen nazareno, ha acabado por mirar hacia otro lado y guillotinar a un hermano –otro más, que es la moda–. Una hermandad que hace buena formación, que las hay, gana en la madurez de sus hermanos nazarenos. Nazarenos que conocen el principio y el fin de ser lo que son.
Estoy convencido de que las hermandades y los cofrades somos capaces de sacar provecho de esta situación. De los errores se aprende, tan solo hay que aceptarlos y estudiarlos. Que la autocrítica sea reflejo del amor a nuestra hermandad. No cabe ya dudar de lo importante que es aprender y enseñar. Hemos de conseguir que todo el que vista la túnica de nazareno, realmente lo sea; sacar de cada uno el nazareno que lleva dentro. Cada parte juega su rol, por eso todos somos necesarios: los nazarenos aprendiendo y las hermandades enseñando, y también al revés. Quizá, seguramente, ha llegado el momento de replantear la filosofía de algunas hermandades sobre sus nazarenos. La llave, la formación. Una formación que deje claro que el nazareno es fundamental en la cofradía y no una fuente de ingresos mediante la expedición de papeletas; que no sólo somos esas figuras que preceden a los tronos y que no sólo somos esa fila de mujeres y hombres –la minoría– y niños que tienen ahí un hueco. Una formación que construya al nazareno como lo que es, un testigo y un mensajero de Jesús. Que enseñe a aprovechar las horas de recogimiento tras el capirote como un encuentro con la fe y con nuestra propia conciencia. En definitiva, una buena formación. Porque, ¿acaso hay algo más bello que enseñar, transmitir y sembrar tus valores en las personas que quieres?
Escrito por Pablo Santiago |

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