Las figuritas de mi Belén están envueltas, una por una, en hojas de periódico, un papel tintado que abrazó con mimo el barro y el plástico cuando los Reyes abandonaban el territorio sevillano a la hora de la nostalgia. Todas permanecen metidas en una gran caja de cartón desde hace un año, cuando apagamos en casa la luz de la Navidad que tanto calor regala a nuestro hogar. Es la caja del Belén, y así está escrito por fuera, precisamente con la palabra Belén perpetuada con un rotulador que apenas se utiliza para la gran literatura de las cosas verdaderamente importantes. La caja de las figuras del nacimiento es algo muy importante.
Son hojas de El Correo de Andalucía, pero de hace once meses, cuando nuestro periódico salvaba el cuello, de milagro y en el último minuto en un cuento de Navidad con final feliz que firmaba Antonio Morera Vallejo. Él no lo sabe, pero las figuras de mi Belén están envueltas en papel de su periódico. Hasta para eso sirven nuestras páginas de local, las portadas, las hojas de Andalucía y las crónicas de tribunales de la temporada pasada, cuando el agua de papel de plata de los nacimientos de mis compañeros parecía ahogar la respiración de los habitantes de esta casa.
Hoy deslío el papel de nuestro Correo con la ayuda de mi familia y vamos redescubriendo cosas. Pero tocamos las hojas de periódico con un sentimiento distinto, casi religioso. El Correo ha servido para preservar nuestra fe, abrigar nuestros sueños, acariciar nuestra sonrisa y alimentar nuestra Navidad.
Aquel puente de plástico con el que salvas el río de papel de plata sigue intacto, jamás se hizo prueba de carga y ocupa un espacio notable en la caja de cartón. El cisne que pasea por el río en un caudal imaginario sigue hermoso, con un cuello en forma de ese que le hace señorial. Las ovejas siguen pareciendo iguales, completamente iguales, y los corderos apenas se tienen en pie, aunque deberían haber aprendido a caminar tantos años después. El pasto está cerca de la orilla, como siempre, y la señora que asa las castañas no se ha cambiado el delantal en los últimos veinte años.
Aquellos cerros de corcho, montañas nevadas con más cariño que acierto, nos recuerdan que tenemos que pegar papel de horizonte en la pared para que no falte profundidad en la esquina del salón. Y aquí están los romanos, soldados que vigilan la puerta de un castillo que, bien pensado, no tiene demasiado sentido en esta colina. En la puerta siempre hace guardia el mismo, pobrecito. La hilandera también lleva hilando muchos años y no se queja.
Y las cabras, y las vacas y esos conejos que estuvieron siempre con el mismo pelo gris. Y también hay un burrito, de dueño desconocido, que no termina de crecer. Hay un pastor que lleva un cordero en los hombros desde 1995 y no termina de llegar al portal y un grupo de ovejas guardadas por el pastor de siempre, en el rincón de siempre, con la candela encendida de siempre. Un herrero golpea material en el yunque y a media cordillera, en el único camino practicable, los Reyes Magos sobre sus camellos y los pajes caminando junto a ellos. Melchor es el anciano, tiene la barba blanca; Gaspar sigue siendo el olvidado, el rey que menos elijen los niños, con su barba marrón y el bueno de Baltasar, negrito, cierra cortejo y lleva más regalos que nadie.
Y el portal. Nuestro portal. La mula y el buey siguen echados rodeando la humilde cuna de un Niño Dios que adoramos y buscamos en la caja con la ilusión de encontrarlo pronto. San José sigue derecho, en pie, y la Virgen María sentada, muy cerca de su Niño, atenta y feliz. A la entrada del portal hay pastores con presentes y algún habitante curioso.
Al fondo de la caja, aquí abajo, hay otro objeto envuelto en papel de mi periódico. Le he quitado el papel. Se trata de la estrella. Arriba de mi portal hay una estrella que lleva once meses sin iluminar la buena nueva pero este año tiene más luz que nunca. Esta Navidad será distinta en casa. Tenemos trabajo. Y ha sido porque este Niño, tan chico, tan frágil y desnudo, ha querido que un hombre valiente apostara por un periódico que sirve para muchas cosas: te informa, te enriquece, te acompaña…y te guarda las figuras del Belén.
Fuente periódico El Correo.

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