EN la muerte de la duquesa de Alba se han tocado ya todos los palos de su personalidad, que era rica no sólo por su cuna, sino por su altura de miras para entender la vida. Se podrá decir lo que se quiera, pero en sus últimos momentos ha quedado clara su forma de ser sevillana. También se ha ratificado que ninguna ciudad sabe vivir la cultura de la muerte como Sevilla, con esa elocuencia; más aún ahora, en noviembre, el mes por el que sobrevuelan las Ánimas. Ha sido casualidad que Cayetana falleciera cuando han prestado el cuadro In ictu oculi, de Valdés Leal, para una exposición en Madrid. Allí no lo van a entender igual que cuando se admira in situ, en la iglesia del Señor San Jorge, de la Santa Caridad.
La duquesa de Alba mostró su sevillanía de muy diversas formas, una de las cuales fue su religiosidad popular. La nobleza local tiene dos formas de entender su vinculación religiosa a través de las cofradías. Una simpleza, que raya en el tópico, tiende a suponer que todos los nobles son hermanos de la Quinta Angustia y que todos los hermanos de dicha cofradía tienen títulos nobiliarios o pertenecen a la Real Maestranza de Caballería.
El tópico hispalense suele tener una base cierta, que se contrarresta con otra falsa. No todas las familias ilustres pertenecen a las hermandades más céntricas. También hay alcurnia y distinción en las grandes cofradías de barrios. En la Macarena han tenido hermanos mayores (y menores) con reconocido pedigrí. Ya saben: ganaderos, empresarios y demás. En la Esperanza de Triana tuvieron como hermano mayor a Antonio Ordóñez, y no es el único torero al que le ha tentado esa idea.
En general, hay una división. La aristocracia discreta, de familias reservadas, es de cofradía de negro. Pero la aristocracia más conocida y los personajes famosos, los que aparecen en el Hola o elDiez Minutos, son de cofradías de barrio.
Esa pertenencia no es mala. Responde a una seña de identidad. En el caso de la duquesa de Alba, su vinculación a la cofradía de los Gitanos se ha debido a su devoción por el Señor y la Virgen de su barrio. Por eso ayudó y se implicó desde que estaban en San Román. Y por eso se ha quedado a su lado, en el nuevo templo, para siempre. Ya no las esperará en la madrugada del Viernes Santo, ante su palacio, rodeadas del pueblo más humilde. Porque en Sevilla, cuando se habla de fe, no hay ricos ni pobres. Todo lo mueve el mismo amor.
Fuente: Diario de Sevilla
Comentarios
Publicar un comentario