Cuando Luis Ortega Brú, el insigne imaginero estaba en sus últimas horas, pidió a su hermana Germinal que le trajese hasta Sevilla unas ramitas de romero y tomillo del paraje de Pasadahonda, el tejar sanroqueño donde comenzó a modelar el barro, el sitio donde la familia había sido feliz, antes de que la guerra civil desgarrara sus vidas, llevándose a sus padres por delante y destinara para él el presidio. Quería percibir el olor de aquel mundo perdido, del San Roque que ya no volvería a ver. Se marchó en 1982 un año recordado por los Mundiales de Fútbol en España, por la primera victoria socialista de Felipe González y seguro que por otras muchas cosas. El maestro Ortega Brú, tal como fue su vida cargada de humildad y de hombre bueno, no figurará en la efeméride escrita.
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| Piedad de Ortega Bru, San Roque. Foto: SMCE |
De los cuatro hijos del artista, tres iniciaron un litigio para recuperar la obra donada, por entender que jamás fue entregada por su padre al empresario, que había sido su socio durante la etapa madrileña de Ortega. Por su parte, el otro hijo, Luis Ángel, entendió desde el primer momento que el proyecto municipal dignificaba la figura de su progenitor, adelantando que la parte que, en su caso le correspondiera, quedaría en San Roque, y declarando que "la obra de mi padre está teniendo ahora proyección, y eso es lo mejor que se puede hacer por ella". El también escultor ha reiterado la acción benefactora de González con su familia en tiempos muy difíciles.
Las piezas dormidas largo tiempo en el taller madrileño de Vicálvaro, mal conservadas y en situación de perderse, fueron restauradas y expuestas. Lo que eran elementos desperdigados pasaron a formar figuras completas, se hicieron publicaciones, jornadas y seminarios universitarios. Programas, algunos, en los que tuve el honor de participar o dirigir...
Aquellas salas nutridas con trabajos olvidados del maestro son visitadas por miles de personas de toda España. El valor, o como se dice ahora, la puesta en valor, lo poco o lo mucho, que hoy pueda tener ese conjunto de bocetos, piezas y otros objetos, es gracias a ese compromiso público del Ayuntamiento sanroqueño -de los distintos alcaldes y concejales de Cultura- y de la generosidad de Luis Ángel Ortega León y el apoyo de sus tías Marina y Germinal, ya fallecidas.
El resto de hermanos abogaban por crear un museo en Sevilla, una tarea nada fácil en estos tiempos y en una ciudad difícil e ingrata con Ortega Brú, tardía en reconocer su talento. Con un mundo imaginero de gran riqueza pero que trató de hacerle la vida imposible al sanroqueño, provocando su marcha a Madrid. No sería hasta su regreso en 1978 cuando esa Sevilla exclusivista le abriera sus puertas, rindiéndose a quien había dejado su impronta en la mejor imaginería hispalense y ha sido considerado como uno de los grandes del pasado siglo.
Sería penoso que la obra donada a San Roque se marchase. Que en esta ciudad, tan orgullosa de sus hijos más destacados, que ha enaltecido, con el cariño de todos los sanroqueños, la figura del artista, aparezca un día un camión de transporte para llevarse unas piezas camino de un segundo almacén, de un segundo o definitivo sueño. O que pueda más la cuestión económica que hacer justicia de un extraordinario artista, de un hombre bueno, que jamás hubiese deseado un conflicto con su pueblo.
Fuente:http://www.europasur.es/

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